"Si la historia de la música del siglo XIX tuviera que estudiarse únicamente en términos de un instrumento, ese instrumento tendría que ser el piano.
El teclado fue el medio perfecto para transmitir la intimidad y la pasión, la subjetividad y el brío del espíritu romántico. El piano fue también un vehículo perfecto para mostrar los talentos técnicos y virtuosos de los pianistas-compositores. De manera que las figuras como Chopin y Schumann que eran pianistas sensibles pero no virtuosos, no produjeron la música de piano más popular entre sus contemporáneos. El valor aceptado era el virtuosismo por sí mismo. Los compositores como Schumann y Chopin, que utilizaron el piano para expresiones más intimas, estaban destinados a ser menos adulados que los magos de la técnica, que eran celebridades idolatradas del modo que hoy lo son la estrellas del rock.
Franz Liszt, por ejemplo, es recordado actualmente por su talento en la composición, pero en su tiempo le hicieron famoso sus llamativas demostraciones en el teclado. ¿Qué sucede con los otros virtuosos del teclado como Kalkbrenner, Thalberg, Henselt? Sus piezas de exhibición vacías y rimbombantes, escritas con el único propósito de destacarlos, murieron junto con ellos.
Una de las pianistas más virtuosas de mediados del siglo XIX fue Clara Wieck. Ella, igual que la mayoría de sus colegas, tenía el gusto musical subdesarrollado. Sus programas por alto las obras sustanciales de Bach y de Beethoven a favor de las piezas de resistencia del virtuosismo compuestas por Thalberg y Henselt. En 1840 Clara se casó con Robert Schumann. Al año siguiente este compuso una fantasía para piano y orquesta, que no logró que se interpretara ni se publicara, probablemente debido a su falta de artificios técnicos. Cuatro años más tarde, cuando la fama de Clara estaba en su punto culminante, el compositor le agrego dos movimientos más y el resultado llegó a conocerse como el Concierto para piano en La menor. Clara escribió en su diario: “Estoy muy contenta con esta pieza, porque siempre he querido una pieza de gran virtuosismo compuesta por él… Cuando pienso en tocarla con la orquesta, me siento feliz como un rey”
Pero ella estaba equivocada al buscar bravura en el concierto. Schumann seguía la tendencia de Beethoven en el sentido de alejarse del virtuosismo vacío. Tal como lo escribió una vez: “Mi concierto es un término medio entre una sinfonía, un concierto y una sonata enorme. He descubierto que no puedo escribir un concierto para los virtuosos”. Schumann destinó al solista una sola cadenza, en el primer movimiento, y la escribió por entero, probablemente para evitar la introducción de una de una improvisación exhibicionista por parte del solista. Esta cadenza suena más como la parte de una sonata para piano que como una pieza de demostración.
Las cualidades que actualmente nos hacen apreciar la obra son exactamente las mismas cosas que más se criticaron cuando la pieza era joven: la mezcla democrática del piano y de la orquesta y la intencional ausencia de virtuosismo. No debería sorprendernos que el concierto no fuera recibido favorablemente. Después del estreno un crítico describió los “esfuerzos dignos de elogio por parte de la señora de Schumann para hacer que la curiosa rapsodia de su marido pasara por música”. Liszt lo llamó “un concierto sin piano”.
Guiada por su marido, Clara gradualmente se inclinó hacia la música más sustancial. Como siguió tocando el concierto con mayor convicción y entendimiento del mismo, este poco a poco ganó en aceptación. Después de una presentación en Praga en 1847, ella escribió: “El concierto de Robert produjo un placer extraordinario. Me desempeñe muy bien en él. La orquesta acompañó y Robert dirigió con amore. Y le pidieron que saliera a saludar. Esto me divirtió mucho porque, mientras el público no paraba de aclamarle, casi tuve que empujarle al escenario, y el modo en que él actuaba era tan gracioso…”
Si el concierto no contiene virtuosismo y no crea un conflicto dramático entre el solista y la orquesta, ¿dónde está su atractivo?: es un lirismo arrollador lo que impulsa la música hacia delante. Además, los papeles del piano y de la orquesta son muchos, desde el diálogo que abre el concierto y regresa para las secciones exteriores del movimiento lento hasta el piano que acompaña a los vientos solistas en el segundo tema del movimiento de apertura, y la orquesta que acompaña al piano en el final. Estos papeles proporcionan variedad pero no conflicto."
KRAMER, Jonathan, Invitación a la música, 1993.
Schumann es uno de mis compositores preferidos. Su locura, aparente o real, tal vez no importa, hace que sus obras sean difíciles de entender bajo el concepto racional que se tiene del arte. Una obra schumanniana entendida mediante la fría razón pierde un porcentaje importante de valor. Por eso es mejor sentir sus escrituras que entenderlas.
El concierto para piano es una obra para concebir con el corazón. Sí, con el corazón. O con el alma. O con el espíritu. Con esa entidad amorfa y amásica que los científicos se han dedicado a pisotear, vulgarizar, ensuciar, desprestigiar y, fundamentalmente, a ironizar, burlar y avergonzar. Con su burla, la de todo el mundo. Pero todavía queda gente que cree que existe, así el alma y el espíritu. Esos no estamos muertos. Y para nosotros es el Concierto para piano y orquesta Op. 54 de Robert Schumann.
La obra se abre con una violenta cuchillada de orquesta. El concierto ha empezado y no bien termine ese abrupto e insoslayable momento, la obra comienza. La atención está ganada. Y el piano hace su entrada acompañando brevemente este cuchillazo que despierta corazones. Saco el metal hambriento. Despierto el corazón que sangra. Bien. Vamos. Bien. Pero no te quiero matar. Te quiero despertar, corazón. Y ahora que me escuchas, escuchá.
La orquesta cede su paso a una hermosa melodía que será el tema de la obra. Esta interpretada por un oboe tan dulce que cura suavemente la herida y el despertar apurado. De repente, me endulza su melodía y caigo, con precaución en la dulce armonía que me hace acordar a un bolero que recuerda los besos: “Bésame, bésame mucho/como si fuera esta noche/la última vez”. ¡Cuidado!. Sólo el “Bésame…” nada más. Pide a gritos el beso que cura la herida. Y la herida a besos se cura. El piano se une al oboe y le pide prestada la melodía. El piano repite el bolero, el bolero repite el piano. Y la orquesta, fuente del cuchillo, se une a la melodía. Todas las fuerzas que despiertan el cuore se unen para darle una canción de amor. Luego la orquesta y el piano nos seguirán saboreando el alma y “…so it goes”.
Y esto es apenas 40 segundos del concierto…
LINK:
Robert Schumann - Piano concerto en A menor op. 54
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